miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL ALQUIMISTA DE LA PLASTILINA

La nueva Mostra de Valencia, la de la aventura y la magia, se cubre de gloria homenajeando a Peter Lord, todo a un hechicero del celuloide. Cuando él esté en Valencia, más de un ninot se escapará bailando del museo fallero y puede que las gárgolas del Puente del Reino abandonen sus pedestales volando para celebrarlo en el Carmen. Y es que este hombre, señoras y señores, es más que un cineasta. Es un brujo-científico loco que ha dado vida a seres que solo existían en su imaginación con la paciencia de un santo. 
En efecto; un verdadero Mago de la Animación. 


Seguro que conocéis sus pelis de Wallace and Gromit, o éxitos recientes como “Evasión en la granja” o “Ratónpolis” pero Lord y su factoría, la Aardman, llevan haciendo cine (no solo largos, sino cortos, spots y vídeo-clips) el tiempo suficiente para ser considerados ya unos clásicos en vida. Desde que allá por los setenta Lord se juntara con su amigo de la infancia David Sproxton en un pequeño estudio de Bristol para modelar muñequitos, una legión de ovejas bobas, gallinas histéricas, pingüinos malvados, conejos-lobo, perros superdotados y ratones alucinados han bailado en las pantallas al chasquido de sus dedos sobre los botones de “rec” y “pause”, ya que Lord es uno de los últimos adalides de la gloriosa stop-motion o animación fotograma a fotograma. 
Lo suyo se llama concretamente claymation, una subcategoría de dicha técnica que filma personajes creados con plastilina, arcilla, blandiblub o cualquier material maleable, todo regado con un toque de ácido humor inglés que convierte sus trabajos en un placer de doble lectura para críos y adultos. 

Puede que vosotros, hijos del progreso y las ultratecnologías exclaméis: ¡Muñequitos de plastilina! ¡Qué poco moderrrrno! Y yo os diré: Efectivamente. Es lo contrario a moderrrrno. Es gloriosssssso. Veamos. A mí al menos, me chifla la stop-motion. ¿Cómo no iba a encantarle a un enfermo de cine algo filmado plano-a-plano? Es el cine hecho virguería. Es la artesanía, la filigrana. Un animador de plastilina es como un viejo alquimista que acaricia con cuidado sus pequeños gólems de colorines para extraer de ellos vida en un proceso tan meticuloso y paciente que más que digitalizar cada frame, exige destilarlos. El resultado suelen ser criaturas hipnóticas, que se mueven como autómatas raros y parecen sorprendidos ante el mundo al que acaban de nacer. ¡Mirad cómo abren pasmados sus bocas gomosas, cómo se ondulan sus cejas, como les tiemblan las carnes! Se mueven como monstruitos neonatos, como si estrenaran cerebro y tuvieran la psicomotricidad del engendro del Dr. Frankenstein en un campo magnético. 
Y hablando de monstruos... ¿Recordáis los de Harryhausen, el genio animador de cíclopes, animales fantásticos y espantos varios de las pelis de Simbad o Furia de Titanes (la buena)? Sus monstruos, como aquel King Kong de Willis O’Brien, su maestro, estaban mucho más vivos que los actuales adefesios infográficos. ¿Saben por qué? Porque la vida les dolía. Porque uno podía notar el esfuerzo que les costaba moverse, como si el don del movimiento que acababan de adquirir fuera fruto de un hechizo. Y eso es lo que debe ser el cine, ¿no? ¡Magia!

Así que señoras, y señores, nostálgicos del cine viejuno y jóvenes pilluelos ansiosos de sabiduría. Acercaos con respeto al cine y las ideas de este simpático brujo con pinta de profe de filosofía enrollado.  No os arrepentiréis. En estos tiempos de Horror Pre-Apocalíptico y cultura virtual sin alma, Peter Lord y los suyos representan la fantasía hecha realidad tangible. Además, sus pelis son una risa, oiga.