miércoles, 22 de septiembre de 2010

LA BALLENA QUE SE COMIÓ AL MUNDO


El ciclo Mostra Clàssic va a permitirnos disfrutar como toca - en pantalla grande, a oscuras, con sonido envolvente, versión original, en su formato y sin cortes - de películas que están por encima del Bien y del Mal. Son los Clásicos, y como su nombre indica, están más cerca del Olimpo que de este triste mundo.

El cine se convierte en clásico cuando se despoja de las ataduras de la coyuntura y se vuelve eterno. Cuando se vuelve sublime. Lo sublime, ya lo decía Longino, que era un griego sabio, consiste en una belleza extrema, capaz de llevar al espectador a un éxtasis más allá de su raciocinio y volverlo tarumba de gozo. Lo sublime, frente a lo simplemente bello, es exagerado. Surge a borbotones de las emociones fuertes, de los grandes pensamientos, de la incontinencia de los sentimientos. Por ello, para ser vivido como toca, como un orgasmo intelectual, el cine clásico y sublime debe ser disfrutado en la oscuridad y en pantalla bien grande, enorme, porque en él tienen cabida Sucesos más Grandes que la Vida. Pongamos como ejemplo Moby Dick, mi peli favorita del ciclo y un clásico del tamaño del Coloso de Rodas, para ver cuán grande, enorme, gigante, titánica y universal puede llegar a ser una Gran Película de Aventuras. Si señores, el tamaño sí importa.

UN ARGUMENTO TRAGI-CÓSMICO

El Pequod es un bergantín ballenero construido con madera centenaria y huesos de ballena, tripulado por una patulea de rufianes y almas perdidas a cuyo frente está el peor de todos, un capitán embarcado en una venganza autodestructiva contra el monstruo marino que le robó la pierna: la ballena blanca, Moby Dick, el Diablo del Mar. Como verán, el argumento no es ninguna tontería.

UN CABREO MONUMENTAL
El Capitán Ahab está más que amargado. Está condenado. Está muerto por dentro. Es una carcasa de aspecto humano que una masa ardiente de odio utiliza para desplazarse. Todo en su rostro dice: te odio y te mataré. Rechina los dientes. Su mentón acuchilla el aire al caminar, sus pómulos están hundidos como heridas, sus cejas son violentas, su mirada fulminante, incluso su cabello es del color negro de la perdición. Los que le rodean saben que Ahab no es un ser humano y le temen. Cuando camina por la cubierta arrastra con pesar su pata de palo - ¿o de hueso de ballena? – haciendo ruido. Toc. Toc. Toc. Y hasta el más rufián de abordo guarda silencio y traga saliva como si fuera el Diablo quién estuviera llamando a la puerta.

UNA NOVELA DESCOMUNAL
El autor de la novela, Herman Melville, era un aventurero redomado, que se pasó media vida embarcado en balleneros surcando los mares del Sur, con el arpón en una mano y las obras de Thoreau y Shakespeare en la otra. Murió olvidado, arruinado y enfadado, dejando al mundo su monstruo como regalo envenenado.

UN GUIÓN MEGALÍTICO
El autor del guión es el genial Ray Bradbury, para mí uno de los mejores escritores, no solo de la ciencia ficción, sino de la literatura universal. El autor de Crónicas Marcianas y Fahrenheit 451 tuvo la hercúlea tarea de condensar la epopeya melvilliana y fue capaz de extraerle los tuétanos y destilar su esencia. Los silencios que escribió casi superan a los diálogos, ya de por sí aplastantes. Escuchen dos perlas: "Si Dios fuese un animal, sería una ballena” o “¡Locos! ¡Soy el lugarteniente del Destino; actúo bajo sus órdenes!". Además de todo eso, todo lo demás, conceptos king size para armar ruido en la cabeza: Odio infinito, esfuerzos sobrehumanos, coraje mueve-montañas, destino aplastante, el Demonio, el Mundo, la Muerte y, por supuesto, una ballena del tamaño de Dios con la boca siempre abierta.  

UN DIRECTOR MEGALÓMANO
Dirige John Huston. Irrepetible. Uno de esos talentos desatado, salvajes y únicos de los que hoy ya no quedan en el cine, sencillamente, porque a los estudios les aterroriza contratarlos. Fue el hombre que parió Vidas rebeldes, El hombre que pudo reinar o (una de las pelis que más alquilé del primer video-club que pusieron debajo de mi casa) Evasión o Victoria. En el rodaje de la reina de África casi deja morir a la mitad del equipo mientras se emborrachaba con Bogart y cazaba elefantes, y terminó sus días dirigiendo Dublineses en el 87, desde una silla de ruedas y con mascarilla de oxígeno.

UN PROTAGONISTA SUICIDA
Ahab es Gregory Peck. El mítico plano final de su cuerpo balanceándose sobre Moby Dick y moviendo el brazo se rodó sin dobles, con un mecanismo especial construido por un ingenioso armador canario. Huston veía muy probable que Peck se ahogara, pero en vez de asustarse, simplemente ¡dejó esa escena para el final para que su prota no muriera sin el trabajo hecho! En otro ocasión, Peck se perdió en alta mar entre la niebla montado sobre una de las falsas ballenas de madera y tardaron horas en dar encontrarlo deshidratado. Y, por si fuera poco, Huston, que creía que la estrella de Vacaciones en Roma era un señoritingo pusilánime, intentó curtirlo para el papel intoxicándolo con absenta y llevándolo a las peleas de gallos. Eso es lo que se llama dirección de actores.

ORSON (SIN ADJETIVOS)
Orson Welles inaugura la peli maldiciendo a los demonios de los océanos en un ominoso plano contrapicado. Brama encaramado a un altísimo altar en forma de proa de barco, las barbas blancas, el rictus furioso, la sotana negra como el manto de la parca, la voz profunda y las palabras demoledoras. Solo le faltan - ¿o los tiene? - unos rayos saliéndole de la cabeza. Hace de cura, pero parece el hijo que tuvieron el Arcángel San Gabriel y la ballena que se zampó a Jonás.

UN REPARTO ÉPICO
Hasta el último de los actores, sobre todo los secundarios, están tan metidos en la película que creo que sus almas se han quedado en los fotogramas para siempre. ¡Y cómo los filma Huston! Les pone a veces la cámara tan cerca que parece que va a golpearles con ella. Podemos ver hasta el último detalle de sus expresiones. Y las muecas, las cicatrices, los tatuajes, las heridas, los bocados, las arrugas, las marcas de viruela. ¡HD total!

UNA VISTA INCREÍBLE

Para fotografiar esta epopeya infernal, Huston cambió los colores alejándolos del espectro real, forzó las perspectivas y filmó el océano Atlántico como si tuviera vida propia. Pese a encontrarse siempre a poca distancia de la Playa de las Canteras en la bonita isla canaria de Las Palmas, en algunas secuencias parece que los marinos navegaran los furiosos mares del Tártaro. Un mar infernal rodado en el paraíso, y en Navidad. Hay que ser un genio para lograr eso. ¿No?


UN RODAJE BRUTAL
Un presupuesto de cinco millones de dólares de los años cincuenta. Jornadas maratonianos. John Huston empalmando el día con la noche, rodando borracho como una cuba o colérico por culpa de la resaca, apostando en las peleas de gallos, peleándose con los extras locales a puñetazos y a navajazos, intoxicando al íntegro Gregory Peck en fiestas salvajes. Una ballena gigante construida en madera y remolcada por pescadores locales a riesgo de sus vidas. Y todo eso se ve en el resultado final. Se palpa. 

UN OCÉANO FANTÁSTICO
Además de una estupenda peli de aventuras, con su emoción, su capacidad evocadora y todo eso, además de ser una reflexión sobre el odio autodestructivo, el Hombre contra Dios y bla, bla, bla, además de la profundidad de sus diálogos, la composición de sus planos, la puesta en escena, las caracterizaciones, además, en definitiva, de sus cualidades como obra cinematográfica… Moby Dick es una ventana dimensional a otro tiempo y otro lugar. Un pasaje a un mar antiguo, aún inexplorado y terrible, poblado de remolinos, tormentas apocalípticas y crueles deidades antediluvianas. Un mundo fascinante al que no tendríamos acceso aunque viviéramos cien vidas, si genios como Huston no hubieran decidido trabajar de resaca para darnos a nosotros, ridículos e insignificantes hombrecitos diminutos, emociones reservadas a los Titanes.  

Estoy ansioso ante el reencuentro. Estoy deseando encoger hasta el tamaño de un renacuajo asqueroso tan solo para dejarme avasallar por la fuerza de los gigantes que habitan esta maravilla.
No pienso faltar a su paso en pantalla grande, grande, grandísima.